Comprometida con todos aquellos venezolanos que entendemos la tierra donde nacimos o vivimos como el hogar del quehacer diario, decidí abordar esta minuciosa obra que me sumerge en una tarea más vital que intelectual, especialmente a partir del derrotero que se nos ha querido imponer, no solo centralista y populista, sino también totalitarista, autocrático y militarista.
Se ha pretendido desmantelar la democracia y controlar a toda la sociedad. No bastan la economía y la propiedad, lo ideológico, lo político y lo policial. Abarca la investigación científica, la cultura, el deporte y la educación, así como los medios de comunicación, las organizaciones civiles y, por consiguiente, las bases materiales del territorio construido. La sistemática destrucción de nuestro patrimonio geográfico se hace cada vez más visible. Se da al traste con un país a cuyo gobierno el dinero jamás le ha hecho falta, pues le han tocado los tiempos de la mayor bonanza de ingresos petroleros y de mayor endeudamiento externo. Enfatiza Hernández: “Derrocharon el equivalente de 150 veces el plan Marshall que reconstruyó Europa después de la Segunda Guerra y 19 veces lo que gastó la democracia en electrificar, sanear, sistemas de riego, vías de comunicación, escuelas, liceos, universidades, puentes, aeropuertos, acueductos, cloacas” (Hernández, C. R., 2013.). Más aún, según Moleiro: “Venezuela tiene en este momento el riesgo país más alto del planeta; un déficit que representa el 15% del PIB y el dígito inflacionario más alto del hemisferio” (Moleiro, A., 2013).
Soy una profesional de la Geografía de larga trayectoria académica, de investigación y de planificación. Muy importante ha sido mi experiencia, desde 1978 hasta 2001, como profesora del Taller I, Geografía de Venezuela I, de la Escuela de Geografía de la Universidad Central de Venezuela (UCV), donde practiqué la enseñanza de una Geografía fundada en el proceso histórico de construcción de nuestro territorio, siempre en contacto con las corrientes innovadoras que de una u otra forma eran asimiladas por la Venezuela de aquellos tiempos. Al mismo proceso de transformación refieren los trabajos presentados ante la universidad para ascender en el escalafón o para culminar los estudios de postgrado. También me fue muy útil mi paso por instituciones de prestigio nacional e internacional, como la Oficina Central de Coordinación y Planificación de la Presidencia de la República, el Ministerio del Ambiente o la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado.
Las continuas investigaciones que adelanté, desde mi posición de profesora o desde afuera, me sirvieron para enriquecer esa tan pertinente Geografía atada a la Historia.
¿Por qué una Geografía atada a la Historia?
Es la Geografía en la que he creído y con mayor firmeza ahora, cuando más que nunca necesitamos apoyarnos en la memoria histórica para convertirla en un arma certera que enfrente la sistemática destrucción de nuestro patrimonio geográfico, plataforma del sentir y pensar de un pueblo, y parte evidente de su forma de ser. Desde esta convicción, considero oportuno recalcar que la nación venezolana solo existe cuando tenemos conciencia de lo que es la venezolanidad.
Ganamos ventaja si de nuestro pasado sustraemos herramientas que nos sirvan de acicate para edificar un futuro mejor. Nos procuraríamos caminos más seguros si sacáramos provecho de la sabiduría acopiada por la sociedad a la que pertenecemos y mediante la cual nos imaginamos a nosotros mismos y al mundo donde echamos raíces. Una sabiduría plena, por cierto, de reservas libertarias e igualitarias, sembradas y cosechadas durante nuestro laberíntico viaje por una senda llena de tropiezos, errores y, a pesar de todo, de muchos aciertos.
Se impone ahondar en la gesta promovida por nuestros abuelos y padres, y por nosotros mismos; hurgar en la perseverante batalla que nos ha permitido pasar del territorio “salvaje” tal y como nos lo prodigó la naturaleza, al territorio construido que disfrutamos y sufrimos; para lo cual es forzoso estudiar las estructuras territoriales.
¿Por qué las estructuras territoriales?
Invito a descubrir y cultivar el origen y evolución de las estructuras territoriales y su funcionamiento en redes, aquellas que nacen al fragor de nuestras rutinas en la superficie de la tierra, al habitarla, consumirla o aprovecharla, cuya manifestación palmaria es la diversidad de paisajes que secretamente nos abrazan día a día. En su suerte de rostros del país, invito a valorar la diversidad de paisajes naturales y humanizados, tan nuestros y tan familiares, como los boscosos o los de las tierras áridas, como los intrínsecos a cada entidad federal, municipal o parroquial, o como cualquier campo cultivado, parque industrial o aglomeración urbana.
Sin caer en simplismos, podríamos remozar la célebre frase pronunciada en 1992 por Bill Clinton: Es la economía, estúpido, con otra: Es el territorio, estúpido, el territorio en redes. El secreto para hacer realidad cualquier modificación territorial en pro del beneficio social está, justamente, en conocer recursos y ponderarlos, según sea el papel que desempeñan, en redes territoriales; sin olvidar una premisa cardinal de la Geografía: para transformar un territorio se requiere el previo diagnóstico de los procesos que dan cuenta de las variadas y confluentes fuerzas explicativas de su estructura.
En las estructuras territoriales es mucho lo que se modifica y mucho lo que permanece. Lo que finalmente queda son huellas indelebles que se van apiñando, superponiendo y adaptando a las nuevas realidades; y que resultan de la constante pugna entre las fuerzas de cambio y las fuerzas de inercia o de resistencia territorial a la velocidad de las innovaciones históricas. Se trata de una prolongada y compleja metamorfosis derivada de la acumulación de inversiones sucesivas, innumerables y, muchas de ellas, prácticamente irreversibles.
A los fines del diagnóstico, se debe repensar la territorialidad a todos los niveles jerárquicos a los cuales pertenecemos: el internacional, el nacional, el regional y el local; otorgando particular interés al territorio urbano o la ciudad, vector estratégico del desarrollo y del trabajo creativo movido por objetivos de interés común.
¿Por qué el territorio urbano o la ciudad?
La ciudad, incluyendo los territorios rurales y periféricos de su área de influencia municipal, estadal o nacional, es el lugar de encuentro de las líneas de acción de cada uno de los programas sectoriales trazados desde el nivel central y el regional. Es también el sitio donde las comunidades habitualmente pasivas, segmentadas por intereses sectoriales y poco perceptivas de su identidad territorial, pueden tornarse en otras organizadas, cohesionadas, interactivas y capaces de ser sujetos de su propio destino. En atención a ello, insiste Manuel Castells (2005), es el lugar donde se genera la fuerte identidad territorial que hace viable el desarrollo endógeno local, aprovechando las transformaciones mundiales e incorporando la cultura de la sostenibilidad del desarrollo y de la cohesión social. Hay que enfatizar, además, que el desarrollo de una sociedad se da con base en la construcción de su territorio, cuyo devenir se engendra a partir de las redes de ciudades, fundamentalmente las de tallas medianas y pequeñas.
¿Por qué honor a “lo bueno”?
Sin ceder un ápice a mi postura crítica de ayer, cuando no escatimaba en desmontar falacias y desnudar problemas, en esta oportunidad quiero hacer honor a “lo bueno”, por encima de “lo malo”. Prefiero reiterar el amor por Venezuela, por lo que nos identifica como venezolanos, demostrando cómo la Venezuela de comienzos del siglo XXI es la obra de todos y cada uno de sus hijos; es el resultado de un continuum planificado de construcción de país, muy por el contrario a las tesis tan en boga de que somos producto de una improvisación. Si bien señalamos el perverso derrotero que habría de tomar la democracia hiper-centralista al no dar a tiempo el tan alertado viraje, destacamos al nuestro como un país digno de reconocimiento, con virtudes, y muchas, que debemos rescatar. Por eso, esquivamos asignaturas aplazadas por todos los gobiernos —con mayor o menor responsabilidad e impregnadas con mayor o menor carga de la inmediatez populista, antes que la mirada productiva— tales como el irresuelto calvario de los barrios, la vivienda, el desempleo, el subempleo, el deterioro de la naturaleza, los riesgos de ocupación, etc. Tampoco abordamos álgidos problemas limítrofes con países vecinos, como el de la disputa con Guyana por el Esequibo o los que revelan el gradual encogimiento que sufrió nuestro territorio nacional.
¿Cuál es mi objetivo?
Más allá de sensibilizar en torno a la defensa de nuestro patrimonio geográfico, tan indispensable a la vida en cualquiera de los tiempos, sobre todo en los de globalización, estimo imperativo ofrecer “pistas” para futuras propuestas de transformación a nivel nacional, regional y local, fundadas en la detección y activación de redes socio-territoriales, las redes que se establecen entre las personas que comparten y se identifican con un territorio.
Los aspectos o aristas del patrimonio geográfico por defender son tratados en los ocho capítulos centrales de esta obra. El hilo conductor es el progreso de la red urbana nacional, armazón o espina dorsal de la estructura del territorio, a la cual se le da una mirada en cada uno de los diversos momentos históricos seleccionados. Su comprensión pasa por el análisis de varios de los componentes estructurales que la cimientan, ya sea la educación, la salud o las actividades económicas vistas en su territorialidad, o bien infraestructuras básicas, tales como las viales, portuarias y aeroportuarias, para la dotación de electricidad y agua o las telecomunicaciones.
El capítulo I, Territorio “salvaje”: tierra de gracia de los venezolanos, se inscribe en la tesis de que no es mucho lo que se sabe sobre la importancia de todo lo atesorado en nuestros paisajes, recursos y regiones naturales. No solo por ser el sostén de la vida, sino porque son patrimonios de gran valor, gracias a su condición de puntal primario en la estructuración del territorio.
El capítulo II, La construcción de los estados y los municipios: huellas o marcas territoriales gentilicias, refiere a nuestros ámbitos político-territoriales, las patrias chicas que nos hermanan mediante lazos, tan imperceptibles como indestructibles, y que se traducen en un imponderable capital. Su comprensión pasa por sumergirnos en la histórica interacción o forcejeo de nuestros ancestros por el dominio y repartición de múltiples territorios en transformación. De esa interacción nacen los instintos de territorialidad y de integridad territorial, que a su vez alimentan a la topofilia o vínculo afectivo que une a cada ser humano con el lugar donde nace o vive y del cual brota la gran fuerza derivada del amor y el arraigo al lugar: la identidad territorial y, su par, el sentimiento gentilicio que sienten las personas por su terruño.
Un principio primordial subyacente a este tema es entender que las progresivas divisiones político-territoriales no son obra del capricho. Al igual que con las delimitaciones entre países, en las fragmentaciones de los territorios regionales o locales intervienen los instintos de territorialidad y de integridad territorial, a los cuales recurrimos en el paseo imaginario a través de los paisajes abarcados por las redes “dendríticas nodalizadas” del País archipiélago semisalvaje o semi-humanizado de 1856.
El capítulo III, dedicado al marco socio-político en el que se inscribe cada una de las sucesivas etapas del desarrollo, se intitula Del centralismo democrático de partidos a la democracia territorialmente descentralizada y participativa. Exaltando los principios de separación o división de poderes, regla de oro de la democracia contrapuesta al sistema de gobierno que descansa en la voluntad de una sola persona, se recorre la ruta que nos transportó al crecimiento y apogeo de la democracia representativa y de partidos de Venezuela y, particularmente, a su correlato territorial. A partir de estos elementos y de la crítica al perverso centralismo al que lamentablemente arribamos, esbozamos la democracia representativa territorialmente descentralizada y participativa, finalmente conquistada por la sociedad venezolana, así como las reaccionarias actuaciones que en su contra nacen con la posterior instauración de la Revolución Bolivariana de Venezuela.
El capítulo IV, Las redes urbanas en la construcción del territorio: de la ciudad metropolitana a los ejes urbanos (1920-1983), evalúa el proceso de organización del enmarañado y jerarquizado tejido territorial de las ciudades y sus áreas de influencia, desde la llegada del petróleo hasta 1983, cuando aflora la crisis del rentismo petrolero que sacudió a Venezuela. Especial atención se le presta al poderoso despegue observado en Venezuela a partir y durante el período democrático iniciado en 1958.
El capítulo V, Paseando por los paisajes de la red urbana de la Venezuela de 1981, ofrece un itinerario figurado e impregnado de íconos gentilicios, a través de los paisajes estructurados por las cinco redes que de modo radial se desprenden desde Caracas, la capital republicana enseñoreada en el centro- norte del país. Aparte de la red urbana del hinterland de la misma Caracas, se despliegan las de Maracaibo y Barquisimeto, ejes ordenadores de los territorios del occidente y centro-occidente, respectivamente. La de Barcelona-Puerto La Cruz y la de Ciudad Guayana-Ciudad Bolívar comandan las redes menos desarrolladas del nororiente, la primera, y del suroriente, la segunda.
El capítulo VI se titula: La quiebra de papá petro-Estado, la marcha hacia el progreso y con talento venezolano (1983-2003). Versa sobre los resultados alcanzados entre 1983 y 2003, a pesar de los tropiezos congénitos a la crisis que durante los años ochenta y noventa castigó al todopoderoso Estado petrolero venezolano. No solo avanzamos en materia de educación, salud y actividades económicas, sino que culminamos nuestros acervos hidráulico y eléctrico, ambos modernos y de alcance nacional, y profundizamos en la articulación del territorio. Junto al despliegue de la densa red de buenas carreteras y de las nuevas conexiones aéreas que, rompiendo con el modo radial de organización, comienzan a enlazar regiones de la provincia, nos abrimos a las revolucionarias tecnologías de la información y la comunicación, incluyendo la Internet.
El capítulo VII, Globalización, resiliencia y emprendimiento ante la adversidad, es una apretada síntesis de los añadidos de desarrollo que surgen como respuestas de la sociedad civil ante la crisis. A la par de los esfuerzos por insertarnos en el mercado global, se esbozan desempeños de responsabilidad social de las empresas, desde la corporativa hasta la micro, la pequeña y la mediana. No menos jerarquía se le otorga a los emprendedores del cooperativismo, a los microemprendedores y a los emprendedores del sector franquicias, de la acuicultura y del turismo de posadas, por solo citar algunos ejemplos de áreas de emprendimiento más o menos exitosos.
El capítulo VIII, Ciudad global, megalópolis, red de ciudades metropolitanas y ciudades intermedias en la Venezuela de 2001, es enfocado desde una doble y relacionada perspectiva de trasformación: la globalización y la descentralización. La globalización, a la cual comenzábamos a acercarnos, aparece como un fenómeno irreversible y al que es posible arrancarle ventajas porque, como aclara Horacio Capel (1998), es muy beneficioso si se pone empeño en un gran esfuerzo de trabajo e imaginación. La descentralización, con su asociada autonomía de las ciudades, da cuenta del despertar de las ya sembradas fuerzas democratizadoras y de progreso de la provincia.
La modernizante red de ciudades metropolitanas, inserta en la economía del conocimiento, se materializa en la megalópolis encabezada por Caracas, la capital republicana desde entonces erigida en una ciudad global y regente de una red animada por la emergencia de una serie de ciudades intermedias, esta vez adecuadas o ensambladas al mercado global, unas más, unas menos. No se obvian la agricultura y la industria manufacturera, en tanto que dos actividades productivas visibles en el paisaje. A modo de cierre, dedicamos una breve ojeada al hecho de que todo lo alcanzado por Venezuela a la entrada del siglo XXI apenas había comprometido no más de un tercio del territorio nacional.
El capítulo final: “¿La destrucción y el caos?”, recoge una minuciosa colección de titulares de noticias de prensa o testimoniales muy ilustrativos a los fines de contrastar el acontecer de la Revolución Bolivariana de Venezuela con las realizaciones que pudimos conseguir hasta el 2003, momento que señala el definitivo término del período de los enriquecedores años de la joven e inexperta democracia venezolana y, por tanto, de esta investigación.
Un último comentario
Este trabajo ofrece la posibilidad de varios tipos de lectura. Desde la sistemática de comienzo a fin, o sencillamente dándole una hojeada al índice detallado de sus contenidos. Puede leerse, así mismo, por capítulos, ya sean los que hablan de la base natural objeto de transformación, del proceso de división política del territorio o del marco socio-político en que se produce la construcción del territorio. También puede abordarse seleccionando los capítulos que dan cuenta de cada período histórico, o bien escogiendo y haciéndole seguimiento a un área temática para armar el curso de su particular manifestación territorial.
Otro buen recurso es la secuencia que enlaza las introducciones de cada capítulo, o la existente entre las diversas imágenes: mapas y gráficos.
No está de más aclarar la “magia” a la que hemos tenido que recurrir, para poder vencer las dificultades en la consecución de información, en particular la recaudada año a año por las distintas instituciones del Estado. También es muy importante recalcar el esfuerzo de elaboración y diseño de los 75 mapas que ilustran esta obra, así como el empeño en la edición digital que tuve que asumir. Sobra quien desee su publicación, pero… no hay papel, tinta… No pierdo la esperanza, gracias al ya aprobado patrocinio de mi Universidad Central de Venezuela.